lunes, 26 de octubre de 2009

Lot y sus hijas. La historia de un incesto

Habíamos visto alguna escena religiosa utilizada a partir del Renacimiento por su contenido erótico. Sensualidad y morbo se unen en la historia de Lot y sus hijas, y por eso fue demandada por comitentes que no podían encargar un desnudo sin que tras él hubiera una lección moral.

La narración bíblica (Génesis, 19) nos cuenta que Lot, sobrino de Abraham, vivía junto a su mujer y sus dos hijas en la llanura de Sodoma y Gomorra. Yahvé había avisado a Abraham acerca de su decisión de a destruir aquellas dos ciudades, debido a la maldad de todos sus habitantes, pero después de que Abraham le preguntara si iba a condenar incluso a los posibles inocentes que vivieran allí, Él decide avisar a Lot, único digno de salvarse.

Avisados por dos ángeles, abandonó su hogar junto con su esposa y sus dos hijas, después de prometer que no volverían la vista atrás. Al poco de salir, la mujer se dio la vuelta, curiosa por saber lo que ocurría en las dos ciudades, quedando convertida en una estatua de sal.

El padre continuó camino, y llegaron los tres hasta una cueva. Las dos hermanas, preocupadas porque no tendrían descendencia, decidieron emborrachar a su padre para acostarse con él. Así, evitaron lo que los judíos consideraban el peor castigo para una mujer: no tener hijos. Y de los niños nacidos surgieron dos tribus: los moabitas, cuyo nombre deriva de Moab, el hijo que tuvo Lot con su hija mayor, y los amonitas, de Amón, el hijo de la hermana menor.

Los artistas suelen centrarse en el momento de la embriaguez de Lot, con las dos hijas semidesnudas, y sus jóvenes cuerpos en marcada contraposición con la madurez del padre. Así se puede observar perfectamente en la versión de Simon Vouet (al inicio de este post). En muchas ocasiones se representa la ciudad en llamas en un último plano, la mujer de Lot convertida en estatua de sal e incluso, como ocurre en la obra de Jan Massys, los dos ángeles indicando el camino que Lot debe seguir (sobre estas líneas, a la izquierda de la pintura).


viernes, 23 de octubre de 2009

La matanza de los Inocentes. Un récord de Rubens


Hay dos escenas de la infancia de Jesús que sólo se recogen en el Evangelio de San Mateo: la Matanza de los Inocentes (2:16-18) y la Huida a Egipto (2:13-15). Aunque se duda de su veracidad histórica, su fortuna artística ha sido amplia y, en el caso concreto de La Matanza, se viene representando desde el siglo V.
La narración nos indica que habían llegado los Magos hasta Jerusalén preguntando por el Rey de los Judíos. Al oírlo, Herodes el Grande temió perder su trono, y, después de saber que el pequeño nacería en Belén de Judea, convocó a los Magos para pedirles que le informaran del lugar exacto cuando lo supieran, pues también él quería ir a adorarle.

Sin embargo, después de llegar hasta Él, y tras entregarle los dones que le habían preparado, se les apareció un ángel del Señor para decirles que regresaran a su tierra por otro camino distinto, sin volver hasta donde estaba el rey. José recibió también la visita de este ángel mientras dormía, quien le indicó que se levantara de inmediato, cogiera a María y al Niño y se marchara a Egipto, pues Herodes intentaría asesinar a Jesús.
Así fue, el monarca, furioso por el engaño de los Magos y decidido a acabar con la vida de su posible rival, resuelve matar a todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores.
Tanto Jesús como su primo, el Bautista, lograron escapar de la masacre.
La piedad popular hizo de los Inocentes los primeros mártires cristianos, y la Iglesia instauró el 28 de diciembre como su fecha litúrgica.
Iconográficamente, las variantes son escasas: en las imágenes más antiguas, los verdugos llevan a los niños ante Herodes pero paulatinamente, la escena se fue haciendo más brutal, describiendo una dramática lucha entre los verdugos y las madres, donde con frecuencia aparece un soldado que suspende en el aire a un niño sujeto por el tobillo mientras sostiene una espada en la otra mano, como se puede ver en la imagen superior, obra de Cornelis van Haarlem, fechada en 1591 y localizada en el Frans Halsmuseum de Haarlem. Otras veces los pequeños aparecen estrellados contra el suelo (en la imagen inferior) mientras sus madres se arrancan los cabellos o intentan proteger los cuerpos de sus hijos.

Esta escena fue la protagonista de uno de los cuadros más caros de toda la historia: Rubens (junto a estas líneas) lo pintó sobre tabla entre 1609-11, nada más regresar a Amberes de su viaje a Italia. Durante mucho tiempo se atribuyó a otros autores, hasta que a finales de 2001, gracias a los inventarios que daban fe de su existencia, así como referencias en cartas, e incluso el conocimiento de una copia de diferente formato localizada en Bruselas, se pudo atribuir correctamente. Las estimación más alta se había fijado en seis millones de libras (9.361.749 euros), precio que pulverizó literalmente cuando un particular se lo adjudicó en 49.506.650 (77.244.806 euros) en Sotheby's Londres, el 10 de julio de 2002.

viernes, 16 de octubre de 2009

San Juan Bautista en el desierto: Maíno en el Museo del Prado


El Museo del Prado presenta, a partir del 20 de octubre y hasta el 17 de enero, la primera exposición monográfica dedicada a Juan Bautista Maíno, en la que se presentan treinta y siete obras -casi la totalidad de su producción- incluyendo varias pinturas inéditas.

Esta escasez de piezas se justifica por el abandono que sufrió su carrera pictórica al ingresar en la orden de Santo Domingo. Además, el estudio de su biografía ha planteado múltiples problemas, no pudiendo concretarse el momento de su nacimiento, ocurrido en Pastrana en 1581, hasta 1958.

El "Retablo de las Cuatro Pascuas" y "La recuperación de la Bahía de Brasil" son, probablemente, sus pinturas más conocidas. Sin embargo, para ilustrar esta pequeña reseña, he elegido un "San Juan Bautista en el desierto" que demuestra el conocimiento, gracias a un temprano viaje a Roma, de un delicadísimo pintor (desgraciadamente poco conocido por el gran público): Adam Elsheimer. Podemos ver en esta obra al santo, primo de Cristo, vestido con una túnica de piel de camello -única vestimenta que utilizó mientras estuvo predicando en el desierto- apenas visible bajo el manto rojo (color alusivo a su futuro martirio). A sus pies, un pequeño cordero, símbolo parlante del mártir, haciendo referencia a sus palabras: "He aquí el Cordero del Señor", pronunciadas al ver aparecer a Jesús en el río Jordán, donde a continuación lo bautizó. Otro de los elementos que no faltan en su iconografía es la cruz de caña en la que se enrolla una filacteria con la mencionada frase en latín: "Ecce Agnus Dei". Dado que murió joven, así se le suele representar, incluso llegando a parecer un adolescente, como en esta pieza. La devoción popular gustó mucho de las imágenes de este santo como un niño, solo o en compañía de Jesús, también como un pequeño de corta edad.

martes, 13 de octubre de 2009

Diana y Acteón


Los mitos grecolatinos están llenos de historias de amor y venganza. Amores entre dioses, con mortales, persecuciones, raptos y violaciones. Pero también castigos. Castigos a otras divinidades y, especialmente, castigos a los mortales. Para los griegos, lo peor que un humano podía hacer era cometer el pecado de soberbia ("Hybris") contra los dioses, aunque existían otros errores o faltas y, en todos los casos, las represalias eran despiadadas, como bien se refleja, por ejemplo, en el mito del joven cazador Acteón.

Según los clásicos, era éste nieto de Apolo y había aprendido el arte de la caza de mano del centauro Quirón. Las fuentes no se ponen de acuerdo en la falta cometida; para unos, el muchacho se había jactado de ser mejor cazador que la propia diosa Ártemis (Diana para los romanos), según otros, en cambio, intentó violarla en su propio templo y, finalmente, hay una tercera opinión, que habla de un descuido, por el cual Acteón descubrió sin querer a la diosa desnuda mientras se bañaba junto a sus compañeras en el monte Citerón -versión adoptada por los artistas, como en la obra de Rubens de la imagen superior, donde Ártemis se identifica con la diadema coronada por una media luna y el cazador por sus atributos como tal (flechas, perros, carcaj...)-.

Sea como fuere, Diana no se lo pensó dos veces y castigó cruelmente al joven, transformándolo en ciervo y permitiendo que fuese devorado por la jauría de perros que habitualmente le acompañaba. Después, los animales buscaron desconsolados a su amo, llegando hasta la cueva donde vivía Quirón, quien, para calmarlos, creó una figura que representaba fielmente a Acteón. Iconográficamente, se suele representar al joven descubriendo a la diosa virgen. Muchas veces se ve su transformación en ciervo y el ataque de los perros, como puede apreciarse en la fuente realizada por Vanvitelli para el Palacio de Caserta (imagen derecha).

Aunque es un asunto más habitual en pintura, puede darse también en escultura, como acabamos de comentar, e incluso en artes decorativas. Un buen ejemplo se acaba de subastar en Alcalá. Se trata de un plato en cerámica de Talavera fechado a finales del XVII o principios del XVIII cuyo asiento se decoraba con la imagen de este personaje (sobre estas líneas).

lunes, 5 de octubre de 2009

San Bartolomé

Entre los doce apóstoles se encuentra San Bartolomé, cuyo nombre procede del patronímico: Bar Tolmaï, que se traduciría por "Hijo de Tolomeo". Aparece mencionado en los Evangelios junto a San Felipe, y en el caso del Evangelio de San Juan, en el que no se le recoge, se le ha identificado con Natanael.

Su leyenda cuenta cómo, después de morir Cristo, evangelizó Arabia, Mesopotamia y Armenia, donde sería martirizado y asesinado por orden del rey Astiages, al ver la cantidad de vasallos que se habían incorporado a las filas del Cristianismo gracias a este personaje. El martirologio romano asegura que fue desollado vivo, mientras que las versiones orientales hablan de crucifixión, ahogamiento o decapitación.

Sin embargo, los hagiógrafos decidieron dar mayor propaganda a la primera versión porque entre los
demás apóstoles ya había bastantes crucificados o decapitados. (Derecha: Martirio de San Bartolomé, por Giovanni Batista Tiépolo)
Supuestamente, su piel se conservaba en Pisa y precisamente por este martirio, fue elegido patrón por curtidores, guanteros, encuadernadores e incluso sastres, quienes lo reivindicaban por portar su piel bajo el brazo, como si fuera un abrigo.

A pesar de que apenas se conoce nada de su biografía, su iconografía es bastante rica: su principal símbolo parlante es un gran cuchillo que alude a su martirio; además porta un libro que lo identifica como apóstol y su piel en la mano. Puede vérsele tanto con ella como despellejado, tal y como si de un estudio anatómico se tratara.
Además, puede llevar un demonio encadenado, al que somete pisándolo.
El origen de este elemento puede derivar de dos episodios: por un lado, y según los Evangelios Apócrifos, San Bartolomé le había pedido a Jesús resucitado que le mostrara al demonio "Belial" y, tras habérselo enseñado, Cristo le dice que le pise la cerviz. Por otro lado, una tradición asegura que el santo expulsó a un demonio que vivía dentro de una estatua en un templo, que fue dedicado al Salvador tras dicha expulsión.
(a la izquierda: San Bartolomé de El Greco)

Una de las representaciones más conocidas de este santo es la que realizara Miguel Ángel para el fresco del Juicio Final en la Capilla Sixtina, famosa también porque la piel del mártir esconde el propio autorretrato del artista, detalle que no se descubrió hasta el siglo XIX. (Al inicio de estas líneas).