viernes, 26 de junio de 2009
Iconografía de Venus: su nacimiento (I)
Una de las diosas más representadas del panteón clásico es Venus, llamada Afrodita por los griegos. Divinidad del amor y del matrimonio, personificaba el atractivo sexual al que sucumbían tanto humanos como seres inmortales pero, además, en la cultura romana se consideraba origen de su propio pueblo dado que, de su unión con Anquises, nació Eneas.
Su imagen aislada se identifica con suma facilidad: se trata de una joven y hermosa mujer completamente desnuda, rodeada con frecuencia por angelotes, relacionados con Eros, su propio hijo y también dios del amor. Algunas obras ponen de manifiesto, sin dejar de lado la sensualidad, un aspecto pudoroso de la diosa. Se trata de las conocidas como Venus Púdicas, tipo creado por Praxíteles en el siglo IV a. C. con su Afrodita de Cnido (en la imagen, un grabado que representa esta escultura en una moneda de Cnido). El original no ha llegado a nuestro días, pero gracias a la multitud de copias que se hicieron de ella, tenemos una idea bastante aproximada de cómo habría sido.
Pasada la Edad Media, cuando el arte profano quedó relegado a un segundo plano, esta diosa sería tomada con frecuencia como protagonista de innumerables obras de arte. Desde el siglo XVI, con la recuperación del arte y la cultura clásica, y la necesidad de tener una excusa religiosa o mitológica para representar desnudos femeninos, su figura se convirtió en una de las más habituales en pinturas y esculturas.
Puede aparecer junto a otros elementos, como delfines o veneras, así como portar manzanas o ramas de vid y estar acompañada por palomas o cisnes: todos ellos son algunos de sus símbolos parlantes.
El primer mito que veremos narra el nacimiento de la diosa. Según la mitología, Cronos (Saturno para los romanos) castró a su padre Úrano (Cielo) para evitar que se uniera con su madre Gea (Tierra), tirando después los testículos al mar. Al contacto con el agua surge una espuma de la que nace la diosa. Desembarca en un primer momento en la isla de Citera, pero al considerarla demasiado pequeña, sería trasladada por el viento Céfiro hasta la de Chipre, donde la reciben las Horas y fija su residencia en Pafos, ciudad convertida desde entonces en el núcleo principal de su culto. Es este momento del viaje el que Antonio María Esquivel representa en su lienzo propiedad del museo del Prado (en la imagen de la derecha), en el que sigue la iconografía tradicional, colocando a la divinidad en pie sobre una venera y rodeada por esas figuras femeninas que aluden a las Horas. Suele ser un asunto más representado en pintura que en escultura.
En ocasiones puede aparecer sentada y, raramente, tumbada, como en el hermoso lienzo que pintó Alexander Cabanel en el siglo XIX a la izquierda de estas líneas, donde tan solo los angelotes con caracolas marinas nos hablan de la identidad de la diosa.
Chipre no es una ciudad. La ciudad es Pafos, en la isla de Chipre
ResponderEliminar¡Hola!
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Agradezco que me aviséis si leéis algún error o errata. Por supuesto, tienes razón con tu puntualización. Ya está subsanado y he aprovechado para añadir algunos datos más que omití cuando escribí este post.
Un saludo, Raquel