Según la tradición, san Hermenegildo fue enviado como regente a la Bética por su padre, el rey visigodo Leovigildo, para poder alejar a Ingunda, la esposa católica de su hijo, de su propia corte y de Gosvinta, la mujer del monarca godo, de religión arriana.
La influencia de Ingunda y del arzobispo san Leandro fue crucial para que Hermenegildo se convirtiera al cristianismo una vez se instalaron en Sevilla. Así, una vez logró los necesarios apoyos por parte de la Iglesia y la aristocracia local, Hermenegildo se leva
ntó contra su padre, si bien la rebelión, que tuvo lugar en el 579, acabó en un rotundo fracaso, puesto que Leovigildo la aplastó, sitiando Sevilla y encarcelando a su hijo.Las versiones sobre el lugar y modo de su muerte son varias, si bien en Sevilla se considera que se le encerró en una de las torres de la muralla árabe de la ciudad, donde el carcelero acabó son su vida al golpearle con un hacha en la cabeza. Para otros, sin embargo, murió en Tarragona a manos de Sisberto, el encargado de vigilarle, después de haber sido detenido en Córdoba y exiliado en Valencia. Aunque san Gregorio Magno lo consideró mártir, su culto no fue autorizado hasta 1586 por el papa Sixto V, siendo entonces cuando se extendió por el resto de España.
Felipe II, intentando vincular su persona con la del primer rey católico de España (Recaredo, hermano de Hermanegildo), impulsó el desarrollo de la iconografía de san Hermenegildo y, como evidencia de su devoción por él, ordenó trasladar su cabeza desde el monasterio de Sijena, en Huesca, donde se encontraba, hasta El Escorial, para ingresar en su colección de reliquias. Su reconocimiento resulta sencillo: con cetro y corona de rey, suele llevar también cadenas o grilletes, como en la imagen que proponíamos, así como el hacha, instrumento de su martirio (como en el ejemplo atribuido a Juan Ramírez, en el Museo de Bellas Artes de Granada -arriba, a la derecha-) , y una cruz (así aparece en la que, probablemente, es su imagen más famosa, su apoteosis, pintada por Francisco Herrera el Mozo, y que hoy se encuentra en el Museo del Prado -imagen izquierda-).
Imágenes: Iconofue.com
Bibliografía: CARMONA MUELA, Juan, Iconografía de los santos, Madrid, Akal, 2009, pp. 187-189
Bueno, lo importante es participar; seguiré intentándolo. No me vale como excusa el pertenecer a la primera generación que no tuvo que aprenderse la tan denostada lista de los reyes godos. Además confieso que, de pequeño, tuve una baraja en la que aparecían esos nombres tan pintorescos.
ResponderEliminarComo quizá puede deducirse, en un principio pensé en san Servando, paisano, aunque no contemporáneo, del general Máximo (Gladiator). Después, propuse a san Valeriano, esposo de santa Cecilia, confundido por la vestimenta, el irónico comentario de Raquel acerca de la “culpa” de la esposa y, sobre todo, por el objeto que aparece junto a los ángeles, que tomé por un órgano y me hizo recordar el conocido error. De todas formas, ¿qué es eso?
Jesús.
Jesús:
ResponderEliminar¡POr supuesto que lo importante es participar! La verdad es que estaba un poco complicado. La relación con santa Cecilia no estaba mal pensada teniendo en cuenta que, efectivamente, aparece un órgano. De todos modos, que aparezcan instrumentos musicales tocados por ángeles en este tipo de escenas no es extraño, muchas veces se pueden ver coros celestiales, como ocurre también en algunas escenas marianas.
Saludos, Raquel