El Museo del Prado presenta, a partir del 20 de octubre y hasta el 17 de enero, la primera exposición monográfica dedicada a Juan Bautista Maíno, en la que se presentan treinta y siete obras -casi la totalidad de su producción- incluyendo varias pinturas inéditas.
Esta escasez de piezas se justifica por el abandono que sufrió su carrera pictórica al ingresar en la orden de Santo Domingo. Además, el estudio de su biografía ha planteado múltiples problemas, no pudiendo concretarse el momento de su nacimiento, ocurrido en Pastrana en 1581, hasta 1958.
El "Retablo de las Cuatro Pascuas" y "La recuperación de la Bahía de Brasil" son, probablemente, sus pinturas más conocidas. Sin embargo, para ilustrar esta pequeña reseña, he elegido un "San Juan Bautista en el desierto" que demuestra el conocimiento, gracias a un temprano viaje a Roma, de un delicadísimo pintor (desgraciadamente poco conocido por el gran público): Adam Elsheimer. Podemos ver en esta obra al santo, primo de Cristo, vestido con una túnica de piel de camello -única vestimenta que utilizó mientras estuvo predicando en el desierto- apenas visible bajo el manto rojo (color alusivo a su futuro martirio). A sus pies, un pequeño cordero, símbolo parlante del mártir, haciendo referencia a sus palabras: "He aquí el Cordero del Señor", pronunciadas al ver aparecer a Jesús en el río Jordán, donde a continuación lo bautizó. Otro de los elementos que no faltan en su iconografía es la cruz de caña en la que se enrolla una filacteria con la mencionada frase en latín: "Ecce Agnus Dei". Dado que murió joven, así se le suele representar, incluso llegando a parecer un adolescente, como en esta pieza. La devoción popular gustó mucho de las imágenes de este santo como un niño, solo o en compañía de Jesús, también como un pequeño de corta edad.
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